07/03/2008
San José, Costa Rica, 8 de marzo de 2008. El Instituto Interamericano de Derechos Humanos se une nuevamente a la conmemoración del Día internacional de la mujer, que simboliza la lucha, los esfuerzos y el compromiso por el ejercicio pleno de los derechos humanos de la mitad de la población mundial: las mujeres. Son un hecho contundente los avances en esta materia en los últimos tiempos. Aunque es imparable este movimiento internacional, también es cierto que nuestras sociedades han transitado de un siglo recién pasado al XXI de hoy enfrentando grandes desafíos para el pleno goce y ejercicio de los derechos de las mujeres.
Esta historia muestra cómo la protección de los derechos de hombres y mujeres en su universalidad, no tuvo correspondencia con la práctica social. Las mujeres fueron vanguardia y conquistaron la especificidad de sus derechos; consiguieron aprobar instrumentos internacionales que ahora son la guía de las obligaciones de los Estados con los principios fundamentales de igualdad y no discriminación; e incidieron en la promulgación de la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW, por sus siglas en inglés) y su protocolo facultativo, así como de la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer (conocida como Convención de Belem do Pará).
Pero también ahora es ampliamente conocido que en varias partes del mundo, e incluso en algunos países con altos niveles de desarrollo político o económico, todavía se persigue y encarcela a las mujeres que defienden sus derechos. Sabemos que muchas mujeres son condenadas a la lapidación, a azotes o a muerte por líderes religiosos radicales y fundamentalistas; o que sufren de mutilación genital por las muy malas y detestables prácticas y costumbres culturales.
En muchos países es sumamente difícil abordar, discutir, educar o implementar políticas públicas en salud sexual y reproductiva, ante enormes dificultades en la autonomía de las mujeres y en la responsabilidad masculina, con graves consecuencias en la reproducción de comportamientos estereotipados, en la prevalencia de la maternidad adolescente y no deseada, en el incremento de las enfermedades de transmisión sexual –y muy particularmente la feminización del VIH y sida–, entre otros.
Conocemos que algunas legislaciones nacionales en América han retrocedido al límite de lo absurdo, poniendo en peligro la vida de las mujeres al negarles tratamientos terapéuticos de primera necesidad y auxilio. Existen pues, muchas situaciones en las cuales los derechos de las mujeres deben ser promovidos y protegidos ante las resistencias fundamentalistas y ultra conservadoras que siguen tratando a la mujer, las jóvenes y niñas con patrones y roles subordinados a lo masculino.
La responsabilidad es del Estado, pero también de todos los seres humanos y de los hombres, en particular, que deben de ser actores de su cambio y del cambio en las relaciones humanas.
Afortunadamente, en el ámbito interamericano se cuenta con un instrumento de protección único en el mundo, como es la Convención de Belem do Pará. Esta legislación avanzada no sólo protege a las mujeres de la violencia intrafamiliar como se interpreta actualmente, sino también de todas las manifestaciones de violencia y de las acciones criminales que someten a las mujeres y le niegan violentamente su autonomía personal.
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos directamente y por medio de su Relatora Especial –ahora a cargo de la Vicepresidenta Luz Patricia Mejía–, y la Corte Interamericana de Derechos Humanos han examinado y resuelto casos de violencia sexual, aplicando esta Convención. Esta es una novedosa modalidad y ejemplo a seguir por los Estados en la reforma o aprobación y en la aplicación de nuevas legislaciones en los ámbitos nacionales, sin olvidar que la Convención tiene un amplio e integral alcance para que las mujeres, jóvenes y niñas de nuestra América tengan una vida digna y sin violencia.
No cabe la menor duda que la igualdad y la no discriminación entre mujeres y hombres, es un objetivo central de la agenda de desarrollo y, al mismo tiempo, uno de los medios para alcanzarlo. Así, y en este sentido, la desigualdad y la pobreza son agravantes que particularmente repercuten en los derechos de las mujeres y en el desarrollo de su autonomía personal.
La democracia contemporánea ha colocado a la persona humana como centro y a las mujeres y los hombres, en condiciones de igualdad jurídica. Sin embargo, mientras la democracia no se entienda como el reconocimiento pleno de la ciudadanía de las mujeres y no se exprese en todos los ámbitos de la interacción social y de la vida cotidiana como en las relaciones interpersonales, la igualdad de género no será lograda en realidad.
Ayer, 6 de marzo, en la
Como dije ayer en el acto conmemorativo del 8 de marzo, he estado y estoy a favor de la conquista de la igualdad de derechos en toda su amplitud humana, porque solo a través de la lucha frontal ante las violaciones y ante acciones criminales contra las mujeres, por medio de la promoción activa de la justicia para hacer valer sus derechos y fomentando la educación para aceptar las diferencias, se podrán erradicar las desigualdades que aún subsisten en las Américas.
El IIDH está convencido de que la promoción activa de los derechos de las mujeres, con su voz y su fuerza, lograrán la plena libertad y terminarán con cualquier vestigio de sometimiento social, masculino o político, inexcusable en las democracias del sistema interamericano.
Roberto Cuéllar M.
Director Ejecutivo del IIDH
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